miércoles, 14 de julio de 2010

Crónica de un Mundial Irrepetible

El último mes hemos podido disfrutar del espectáculo deportivo que más pasiones desata en todo el globo; un Mundial de Fútbol. Un evento cuatrienal de esta magnitud siempre es capaz de eclipsar a un torneo como Wimbledon, o al mismísimo Tour de Francia, que pasan automáticamente a segundo plano en cuanto comienza a rodar el balón. Y suerte que los Juegos Olímpicos han programado su calendario con cuidado de no coincidir con la cita mundialista, pues no quiero ni pensar la suerte que correrían estos últimos si ambos tuvieran que rivalizar en la parrilla televisiva.

Un Mundial es, ante todo, un homenaje al deporte más universal de todos, el fútbol. El sencillo pasatiempo de darle patadas a un objeto esférico se ha extendido como un virus por todo el planeta, desde las favelas de Sao Paolo hasta el pueblo más recóndito de la selva Indonesa, pasando por la plaza mayor de Fuentealbilla. Esta universalidad, unida a la posibilidad de que combinados nacionales midan sus fuerzas en un deporte tan colectivo, táctico -y algo impredecible- como este, abonan el camino para que la leyenda y la épica se hagan presentes en el corazón de millones de espectadores.



En junio de 2010, llegó de nuevo el ansiado Mundial, que por algún capricho político de la FIFA y de su presidente, Joseph Blatter, tuvo uno de los peores escenarios posibles, el continente africano. La inseguridad, el caos organizativo, los incidentes violentos, y las insoportables vuvuzelas marcaron el fracaso de Sudáfrica como anfitrión y como país. Pero el peso del fútbol es tan grande que esto no será recordado más que como una anécdota, y lo único que pasará finalmente a la historia será lo que realmente ocurrió en el campo de juego, que fue mucho.

El mundial en el que España deslumbró con su fútbol de toque y posesión se vio empañado por la racanería de muchas selecciones que optaron por encerrarse en su área, más preocupadas por destruir la creación del juego rival que por buscar el camino a la portería contraria. Aunque esta estrategia pudo funcionarle a Suiza en su primer partido, cosechando una sorprendente victoria contra España, pronto se demostró que el antifútbol no iba a ser la mejor estrategia para abrirse camino hacia la final.

Así terminó por comprenderlo Chile, una selección cobarde y defensiva que para clasificarse a octavos prefirió especular con el resultado del otro partido de su grupo antes que buscar el empate contra una España que mandaba en el marcador. Su vergonzosa clasificación recibiría el castigo merecido ante la todopoderosa Brasil, selección que sin embargo también apostaría por un fútbol conservador -aunque en menor medida- que le haría tropezar en cuartos. Otras selecciones conformistas como Paraguay, Italia o Eslovaquia correrían la misma suerte.



Algo mejor le fueron las cosas a Inglaterra, que pese a defraudar con su juego se mereció más en un mundial en el que la mala suerte y los errores arbitrales le jugaron una mala pasada. Si los ingleses miran con cierta envidia a los campeones españoles, siempre les quedará el consuelo de no haber hecho el más absoluto ridículo como sus vecinos galos. Y es que Francia protagonizó uno de los numeritos más humillantes y bochornosos de la historia de los mundiales, donde una panda de pederastas tramposos y musulmanes (tengo pruebas para apoyar los tres descalificativos) dieron la nota rebelándose contra el entrenador y declarándose en huelga.

El resultado ya lo conocemos todos, Francia no ganó un solo partido y se despidió de un mundial que no debería haber jugado nunca. Otro ridículo histórico fue el protagonizado por Argentina, o más bien por su entrenador, Diego Armando Maradona. Lo que pudo ser en un tiempo un fantástico jugador ahora no es más que un ególatra maleducado y pretencioso, que de forma inexplicable fue capaz de llevar a su selección a cuartos de final, donde caería estrepitosamente contra Alemania (4-0).


En aditamento, la pésima calidad de los árbitros marcó un Mundial ya de por sí poco vistoso, en el que pocas selecciones nos brindaron un fútbol alegre y ofensivo. Entre ellas habría que destacar a EEUU, que pese a no contar con una sólida tradición futbolística hizo un más que meritorio mundial (con una vibrante remontada frente a Eslovenia, y una clasificación in extremis incluidas) o la bicampeona Uruguay, cuyo espíritu de lucha difícilmente será olvidado, como tampoco lo serán las noches mágicas de Diego Forlán.




Pero si hay una selección que merece todo nuestro reconocimiento esa es Alemania, que nos maravilló con su potencial ofensivo y su versatilidad, siendo discutiblemente la única que jugó a un fútbol comparable al de España. La pegada de sus delanteros y sus recursos ofensivos (Muller, Ozzil, Schweinsteiger) la convirtieron en un rival verdaderamente temible. Es por esto que todos dábamos por hecho que el cruce en semifinales entre España y Alemania sería en realidad la auténtica final, y que el que saliera victorioso de la contienda acabaría ganando el trofeo. La predicción se acabaría cumpliendo, y España firmó su pase a la final con un cabezazo histórico de Carles Puyol a la salida de un córner. Alemania fue incapaz de contener el juego español, pero la elegancia y deportividad con la que aceptó la derrota puso el broche de oro a uno de sus mejores campeonatos.



Sellado el pase a la final, Holanda era el último obstáculo que se interponía entre España y el hermoso sueño de levantar la copa del mundo. Sobre Holanda hay que puntualizar que venía haciendo un buen campeonato, con un fútbol vistoso y atrevido, -salvo en el cruce con Brasil en cuartos de final-, con Robben y Sneijder como directores de orquesta. Mucho cambiaron las cosas en la final, en la que como si del curioso caso del Doctor Jekyll y Mr.Hyde se tratara, la Naranja Mecánica se transformó y dio rienda suelta a la ultraviolencia, quizá por aquello de seguir el guión de Kubrick.

Lo que no estaba en el guión es que la permisividad del árbitro acompañara a los oranje, que aprovecharon para convertir el partido de fútbol en una auténtica batalla campal contra los españoles, quienes, pese a todo, siguieron intentando buscar espacios y mimar la pelota hasta el final. A esto hay que añadir que los holandeses protestaron absolutamente todas las decisiones desfavorables del árbitro, presionándole psicológicamente para que les permitiera seguir ejerciendo su fútbol de reclusos de penitenciaría.



La recompensa a la perseverancia española se hizo esperar, pero finalmente llegó en los últimos minutos de la prórroga, cuando los penaltis parecían inevitables. Y es que ya lo avisó el pulpo, España no iba a dejar escapar la oportunidad de inscribir su nombre con letras de oro en la historia del fútbol. Holanda no sólo perdió el partido, sino toda su credibilidad como equipo. Para el recuerdo nos queda el golazo de Iniesta, que como como dijo un buen amigo mío, nos permitió vivir el día que nunca íbamos a vivir.





Gracias Iniesta, y gracias España por habernos hecho disfrutar tanto. Sois, sin duda, los mejores del mundo.

5 comentarios:

  1. Solo aun una palabra que puede describir lo que siento. CAMPEONES!

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  2. Gran portada del juego!

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  3. Y realmente ha sido un milagro que no haya que lamentar alguna tragedia por la localización del mundial, a pesar que en sus comienzos todo lo hacía presagiar.

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  4. jajaja en efecto misterzotis! Espérate a que no pasen cosas peores en el próximo mundial o en los Juegos Olímpicos, porque Brasil tampoco pinta nada bien... Esos roban hasta padres, como el de Fran.

    Ahí va a desaparecer más dinero Vips que en un 31 de mes!

    Por cierto, Robster, ¿quieres atender tú también a nuestros foreros? ¡¡Que hay que fidelizar a la audiencia!!

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