
Aunque este clásico del género de terror se rodó con la intención de producir escalofríos y perturbar los sueños de una generación ingenua y confiada de adultos que nunca habían sospechado semejante nivel de maldad en los críos, su espeluznante argumento ha ido cobrando credibilidad con el paso del tiempo, hasta el punto de poder considerarse una premonición de lo que habría de acontecer unas cuantas décadas después.
Me explico. España, año 2010. A estas alturas creo que todos hemos podido comprobar que las cosas andan muy jodidas en las cándidas y puras mentes de las jóvenes generaciones de nuestro tiempo. No hay más que estar atento al torrente de noticias que nos llega a diario por los medios, o ser un poco observador cada vez que nos cruzamos con un grupo de niñatos o zorritas biológicamente impúberes, para darnos cuenta de que los mocosos de hoy no tienen nada que envidiar a los diabólicos niños del clásico largometraje.
La conexión paranormal y telequinésica que permitía a los maléficos críos de la película actuar de forma armónica y ordenada no es muy distinta a las redes sociales virtuales de hoy en día, absurdas pero eficaces plataformas de comunicación que despersonalizan a los sujetos, destruyen su individualidad, minan la confianza en sí mismos y dirigen todos sus esfuerzos cibernéticos a potenciar su inclusión en grupos donde encuentren mayor seguridad.
Cuando el niñato de turno renuncia a su libertad y entrega al grupo la última gota de intimidad que le quedaba, nada puede impedir que pase a actuar como los demás miembros, demostrando una lealtad más perruna a su clan que la de los políticos respecto a su partido.
Pero lo más preocupante de todo no es otra cosa que la ausencia de empatía que han logrado desarrollar estos pequeños demonios, que se regocijan ante el dolor ajeno y dan rienda suelta a sus impulsos violentos sin ningún tipo de remordimiento.
¿Y qué hacemos nosotros? Apuntamos con el dedo a los políticos y les acusamos de haber configurado una legislación penal excesivamente permisiva con los jóvenes, exigiéndoles que adelanten la edad penal hasta los… ¿13 años? ¡JODER! ¿Estamos gilipollas? Vamos a ver, señores del Castillo, si un grupo de jóvenes desalmados ha abusado y asesinado a su hija, creo que tiene bastante más sentido ir a la raíz del problema, y preguntarnos qué es lo que ha fallado en la educación de esos cabrones (o en la de su propia hija, que nunca debió flirtear con gitanos conflictivos y drogadictos), antes de atribuirle la responsabilidad de lo ocurrido a la legislación penal. Cambiará la edad penal, los centros de menores duplicarán su ocupación, pero seguirá ocurriendo lo mismo de lo mismo.
Los padres permisivos, los timoratos profesores de instituto, y los políticos inútiles acomodados en su escaño deberían empezar a comprometerse con la educación de los jóvenes, y buscar soluciones DE VERDAD. Ya está bien de mirar para otro lado.
Ya veremos lo que dices cuando sea tu hija a la que violen... a ver si luego pides justicia o no...
ResponderEliminarNo estoy defendiendo la decadente situación de la sociedad actual... solo digo que ya que los padres no están educando bien a sus hijos, lo único que se puede hacer es intentar asustar a esos ''chiquillos'' que piensan que sus acciones se verán libres de responsabilidad...
Seamos relistas hay que buscar una solución y como no podemos cambiar la mentalidad de los padres ''comprensivos'' que dejan a sus hijas/hijos hacer lo que quieran sin castigarles, será el estado el que tenga que tomar esa responsabilidad...
Buen trabajo Robster, a la altura del artículo de Borracho Uriarte, como mínimo.
ResponderEliminarHas abierto una Caja de Pandora en forma de debate candente que invita a la reflexión, y espero que los choceros que lo lean se animen a expresar su opinión en este hilo.
Soy partidario del reparto equitativo de responsabilidades, pero también es cierto que dos padres yonkis, que ni siquiera han sido capaces de encauzar su propia vida, van a ser incapaces de engendrar a un futuro abogado del Estado, en cuyo caso, la única autoridad que queda es la de las leyes, que desgraciadamente imponen bastante poquito en este puto país. Es imposible exigir a esos padres que eduquen bien a sus hijos, cuando el Estado no ha sido capaz de educarles a ellos previamente.
Ojalá existiese la misma predisposición para adaptar nuestra desactualizada y blandengue Constitución a los problemas cambiantes de la sociedad (que la España del 78 queda ya muy lejos), que para permitir a una niña ser reinita de España. (Letizia, esto va por tu primogénita mayor).
Es una vergüenza que para que aquí se tomen decisiones, ya sean favorables a endurecer las penas o pro-reinserción de los delincuentes, haga falta ver un cadáver lo más destrozado posible en las páginas de sucesos.
Y en cuanto a las redes sociales, -tuenti y facebook a la cabeza-, estoy totalmente de acuerdo contigo, querido Robster. No son más que una peligrosísima lupa para psicópatas en potencia, y un canal de "socialización" equivocada y descontrolada que admite camuflarse a desequilibrados mentales, que jamás deberían poder relacionarse con aquellos jóvenes a los que no nos "pone" eso de asesinar. Tal es el caso del hijo de la gran puta de Miguel Carcaño, que espero se pudra en la cárcel o se suicide para dejar hueco a sus vecinos del barrio.
Precisamente, el principal problema de endurecer las penas (y quizás el motivo por el cual no se endurecen) es la vergonzosa incapacidad espacial de las cárceles para acoger a tanta mierda junta. Pero claro, no podemos arreglar eso por... la crisis del ladrillo, por ejemplo. (Y tampoco construyen más pantanos porque... este invierno ha llovido mucho, hala).
Hasta que a alguien se le ocurra qué coño hacer con los "chicos del maíz" contemporáneos, me temo que aún vamos a zamparnos más muertes sangrientas que en una película de Wes Craven.
Mientras tanto, sólo nos queda rezar para no toparnos con esos ojos deslumbrantes en mitad de la calle, que no son otros que los ojos de la psicopatía más desesperanzadora, encendida por un Sistema tan desquiciado como el que nos rige.
¡Carné de padre ya!
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